¡Feliz verano!

Diego Jalón Barroso
Viernes, 22, Julio, 2022
Actualidad

Desde que en enero de 2020 Fernando Simón nos tranquilizaba con eso de que "España no va a tener como mucho más allá de algún caso diagnosticado", las cosas no han dejado de torcerse y complicarse. "No se puede decir que el Gobierno lo haya tenido fácil", explicaba Sánchez el otro día, en su victorioso debate sobre el estado de la nación, en el que se mostró empático, prometió impuestos a los poderosos y ayuda y comprensión a los más débiles. Fue el gran triunfador y pese a todo, van los sondeos, incluso los de su admirador Tezanos, y confirman que se mantiene esa inexplicable tendencia a la baja del presidente más apuesto de nuestra historia.

Como, evidentemente, esto no puede ser culpa suya, con lo bien que posa y sale en las fotos y en la tele, pues anda ahora en busca de responsables. Así que, para empezar, se ha puesto a renovar ese Partido Socialista, antaño federal, plural y abierto a distintas corrientes y sensibilidades. Claro que como desde hace unos años, con su habilidad de taxidermista, lo ha convertido en un animal disecado, pues solo puede cambiarle el relleno. Algo como sustituir el serrín por trapos, o a la nini Lastra por Pilar Alegría que, por si no lo saben, es la ministra de Educación y Formación Profesional. Y aunque no fuera ministra del ramo, más educación y formación que Lastra seguro que tiene, como cualquier otro ciudadano, ciudadana o ciudadane elegido al azar. En eso, seguro que salimos ganando.

Pero como la prescindible Lastra no puede ser la culpable de todos los males que persiguen al presidente más capaz y resultón de nuestra galaxia, Sánchez nos ha explicado que de esto de los incendios los culpables no son esta vez los que fuman puros en los cenáculos, que usan con cuidado el cenicero, sino el cambio climático. Bueno, salvo de los de Castilla y León, que la culpable es la Junta. "El cambio climático mata", dice Pedro copiando, ¡qué afición!, el eslogan que luce en las cajetillas de tabaco, esas que pese a su letalidad se venden en los estancos para recaudar más impuestos y construir más hospitales.

En este mundo absurdo, creer ya no es decisión de cada individuo, es una imposición. Hay que creer por obligación, casi en cualquier cosa menos en Dios, que para eso ya tenemos a Pedro Sánchez. Hay que creer que ser hombre o mujer es decisión de cada uno, que las menores pueden decidir abortar, pero no hacerse un tatoo, creer en la eutanasia, en el lenguaje inclusivo o en el veganismo. Y por supuesto en el cambio climático. Ya no se trata de analizar datos u opiniones científicas, de estar de acuerdo, de apoyar o incluso de militar. Se trata de creer. Son dogmas de fe. La nadería posmoderna no quiere votantes, quiere feligreses. Los que no tienen fe son negacionistas que deben ser cancelados.

Y una vez instalados en la fe, ya no hay nada que discutir, solo acatar la doctrina. En el caso del cambio climático, se trata de borrar la huella de carbono de toda actividad de la especie humana, a costa de lo que sea, de cualquier bienestar, salvo el de las élites políticas. Ellos sí pueden ir en helicóptero (600 litros de combustible por hora) a inaugurar un tren, viva el transporte público, al que solo se suben para hacerse una foto y volver luego a casa en Falcon (1.200 litros de combustible por hora). Para el ecologismo y el animalismo, los demás mortales estamos de más en este planeta.

El cambio climático es, con permiso del botón nuclear de Putin, la mayor de las amenazas a las que se enfrenta la especie humana. Pero no nos engañemos, no se combate diseñando un sistema energético capaz de reducir las emisiones al tiempo que permite al ser humano seguir progresando. No, nada de nucleares, hidroeléctricas, biomasa o ciclos combinados. Más impuestos y cortar la luz de los hogares que todavía la puedan pagar. La solución del progresismo es que seamos más pobres y criminalizar el bienestar ante aquellos que se resisten a morir de frío, de calor o de hambre. Si usted enciende la calefacción es un criminal de guerra y si pone el aire acondicionado o se come un chuletón es el responsable de estos incendios que matan y arrasan España.

El miércoles pasado se cumplían 57 años de la llegada del hombre a la luna, un hecho que se produjo tan solo 66 años después del primer vuelo de los hermanos Wright. En solo 66 años pasamos del primer avión que, lanzado con una catapulta, voló 36 metros durante 12 segundos antes de caer al suelo, al Apolo 11. Eso era el progreso. Ahora hemos cambiado el progreso por el progresismo, una herramienta totalitaria con la que se define aquello que debe ser exterminado y aquello que debe ser creado. Lo prohibido y lo autorizado. El progresismo es la justificación de la ingeniería social. El progresismo, no le demos más vueltas, es aquello que la izquierda decide en cada momento y desde luego no tiene nada que ver con el desarrollo tecnológico o con que el ser humano sea cada vez más libre.

Así que la solución para que no sigan produciéndose estos pavorosos incendios no será orillar los dogmas ecologistas que están acabando con la ganadería y la agricultura. Ni mejorar la vida de los que habitan en los pueblos y trabajan en el campo, ni por supuesto permitir a las comunidades locales que gestionen sus entornos forestales, los limpien en invierno, hagan cortafuegos o controlen la vegetación que rodea sus casas. Todo eso seguirá estando prohibido para los humanos. Pero pronto añadiremos un carril jabalí junto a los carriles bici en las afueras de las ciudades.

La solución, una vez más, será aumentar la legislación y la reglamentación estatal, añadir impuestos y prohibiciones y crear más organismos de vigilancia para que nadie se salga del redil. Todo sea por el progresismo y por su empeño en moldear los comportamientos y las mentalidades según la nueva religión de los buenos ciudadanos. Todo se arreglará con más leyes absurdas, inútiles o imposibles de cumplir. La culpa de los incendios es del cambio climático, como dice Sánchez. Y el cambio climático y su "incompatibilidad con la vida" es el culpable de la muerte de un barrendero en Madrid, como dice Yolanda Díaz.

Están felices y acomodados en este maximalismo que, aunque responde a la verdad innegable de la existencia del cambio climático, lo que realmente pretende es evitarles la molestia de indagar y buscar verdaderas soluciones. De lo que se trata no es de entender el problema, sino de echarle la culpa a alguien o a algo, ya sea Putin, la ultraderecha, la oposición, Adriana Lastra o el cambio climático. Para qué entrar en detalles si ya sabemos que la culpa no es de ellos. Y, además, el que está en los detalles es el diablo. Nos vemos en septiembre. Para entonces, ya lo verán, el cambio climático habrá apagado los incendios y la gente no se morirá de calor hasta el año que viene. ¡Feliz verano!   

 

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