"Esto no es lo que era". Antonio es un vecino de Tordesillas que puede contar muchos toros de la Vega. Hoy asiste también para ver a Manjar, el astado reseñado para este año, pero con el "desánimo" de presenciar un festejo que ya "nada tiene que ver con los toros de la Vega de antaño".
Este segundo martes del mes de septiembre que, casualmente era martes y 13, volvía a congregar a miles de tordesillanos y visitantes ante la llamada de la Fiesta. Muy lejos de los 40.000 o 50.000 espectadores que llegegaron a registrar aquellos últimos torneos, antes de que en 2016 la Junta, por decreto de Ley, obligara a convertir el torneo inmemorial del Toro de la Vega en el encierro mixto en el que hoy se ha convertido.
Tras dos años de obligada suspensión por la pandemia, Tordesillas tenía ganas de fiestas. El Ayuntamiento había realizado un cambio en las ordenanzas del torneo, para que se pudiera simular el tradicional alanceo del morlaco con la colocación de divisas por medio de unos arpones, limitando la cantidad a siete. Muchos argumentaron ser un "sucedáneo" del festejo original, otros lo aplaudieron porque "al menos se recuperaba un poco la esencia".
Pero pocos días antes de la fecha elegida, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León suspendió cautelarmente estas normas ante una denuncia de Pacma. A última hora, el Ayuntamiento tuvo reaccionar para poder celebrar como "festejo taurino tradicional" y este mismo lunes, la delegación territorial de la Junta lo autorizaba. Pero nada de garrochas en los caballistas, tampoco las divisas y mucho menos las lanzas, que siempre fueron un símbolo en la localidad bañada por el río Duero.
La polémica estaba servida. El desánimo surgió en los vecinos de Tordesillas. La mayor parte de ellos no quieren hablar con la prensa ni hacer declaraciones. "Sois unos manipuladores", acusaban a un grupo de periodistas. Afortunadamente, no hubo activistas antitaurinos con lo cual el festejo se celebró sin incidentes y de manera ágil, sin lamentar tampoco heridos. Seis minutos después de saltar del cajón en la calle San Antolín, llegaba a los límites en los que los caballistas, poco más de medio centenar, podían participar en el encierro, ya en la Vega. A las 11:45 horas, tres cuartos de hora después, el espectáculo ponía punto y final.
Algunos participantes se quejaban del exceso celo con el que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado vigilaban el cumplimiento de las normas. A pie, a caballo e, incluso por aire con dos drones. Se ejercía un control para que el animal no sufriera daño alguno. "En otros encierros urbanos o por el campo no he visto este control, es ridículo que no nos dejen usar garrocha", se quejaba un jinete.
Una mujer, que prefería mantener el anonimato, hablaba claro a este periódico: "Entre los animalistas, los políticos y parte de la prensa que les ha dado bola se han cargado algo que era nuestro". Su acompañante iba más allá y visiblemente emocionado apostillaba: "Nos han arrancado parte de nuestra alma, son unos canallas". En este sentido, el alcalde de Tordesillas, Miguel Ángel Oliveira, en un comunicado recogido por TRIBUNA, se felicitaba porque la localidad "es un pueblo comprometido con hacer cumplir las normas", pero recordaba que es "un ataque al medio rural, a nuestras tradiciones y al mundo de la tauromaquia".
Tras la celebración del festejo se bailaba la jota del Toro de Vega, como es habitual en la Plaza del Ayuntamiento, y vecinos y foráneos abarrotaban bares y establecimientos en busca del reparador almuerzo. Día festivo en Tordesillas, sí; "pero muy descafeinado", tal y como apuntaba un joven antes de dar buena cuenta de un pincho de tortilla. "Y todo por los 'antis'. Al final para que el toro acabe en el matadero".