La pasada semana ha venido marcada por diferentes 'sucedidos' que han venido coloreando el final del primer mes del año y el arranque de febrero que nos deja, para empezar, un incremento del número de parados y un descenso en las afiliaciones a la Seguridad Social. También una subida de los tipos de interés que pone más difícil todavía el acceso a una hipoteca o el poder afrontar el incremento de las cuotas para aquellas personas que la suscribieron en su día a un interés variable.
Además, el Gobierno de España anuncia, conjuntamente con sindicatos y dejando fuera a la Patronal, la subida de un 8% del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) para fijarlo en 1.080 euros brutos en catorce pagas lo que, lejos de suponer realmente una mejora notable en la remuneración real del sueldo de cada mes, amenaza a unos empresarios que deben afrontar unos costes laborales inabordables. Para que un trabajador con el nuevo SMI cobre al año 15.120 euros brutos, al empresario le cuesta 23.355,36 (1.668,24 por catorce pagas), entre lo que le tiene que abonar y el resto de cotizaciones obligatorias. Está claro quién paga la fiesta de unas medidas sin consenso, embutidas en medio de un calendario de marcado carácter electoral.
La historia del Policía Nacional infiltrado en el movimiento libertario barcelonés, denunciado ahora por abusos sexuales, tortura, revelación de secretos e impedimento del ejercicio de derechos cívicos, al menos ha añadido un poco de pimienta a la actualidad. El agente se metió de lleno en su papel, entrando en el centro social okupado La Cinétika, y mantuvo relaciones sexuales al menos con cinco mujeres de dicho colectivo anarquista que, dicen, de haber sabido que era un 'enemigo', no se hubieran acostado con él. La cosa trae cola... y el caso ha soliviantado a la clase política catalana pidiendo incluso la comparecencia del ministro Grande Marlaska. El asunto está a caballo entre una condecoración por los méritos adquiridos y el absurdo planteamiento de un colectivo arropado por los partidos independentistas que, por lo visto, no tienen otra cosa mejor en qué entretenerse.
Podríamos reposar en Marruecos y en la cumbre del plantón del Rey Mohamed VI a Pedro Sánchez, pero es que al presidente del Gobierno de España le ha salido un lunar con la entrevista televisiva a su exministro de Cultura y Deporte Maxim Huerta. Apunta el escritor y presentador que, en el suceso de su turbulenta dimisión, utilizado como muñeco de trapo para exhibir una falsa actitud enérgica contra cualquier posible caso de malversación o ética financiera, la principal preocupación que le trasladó Sánchez era cómo pasaría a la historia de nuestro país.
Debe estar obsesionado con esta visión global al punto de que el propio Sánchez ya se autoincluyó en los futuros libros históricos como el presidente que desenterró a Franco. La reflexión narcisista no deja de etiquetar las prioridades de una persona más ocupada de sí mismo que de una realidad tozuda. En una España pendiente de cómo afrontar los retos económicos, laborales, empresariales, políticos, de convivencia, que tiene por delante, su máxima reside en ese concepto propio como consideración prioritaria.
Maxim Huerta, el ministro más breve de la historia de la democracia española, retrató con una crudeza sincera cómo fue alineado en el patíbulo mientras otros compañeros del Consejo de Ministros no tenían el mismo tratamiento pero sí manchas con casos más graves. A Pedro Sánchez le obsesiona el examen final de la historia, pero no le preocupa ir suspendiendo los parciales de cada día.