Las pelis navideñas para este año
Después de un montón de años dedicado a este oficio del periodismo sigo sin entender cómo es posible que la sociedad española aguante, sin apenas inmutarse, a tanto delincuente en la vida política. En nuestras instituciones públicas surgen los chorizos por doquier y jamás son sus compañeros de partido quienes los denuncian. ¿Por qué?
En mayo de 2018 el Partido Popular perdió el Gobierno por tramas de corrupción. Antes ya el PSOE había sufrido en sus entrañas los mismos vicios. Los listillos de turno también han sido detectados en ERC, la antigua CiU, en el nuevo Junts y hasta en el casi impoluto PNV. Los que vamos acumulando años recordamos los escándalos Filesa, Fondos Reservados, Roldán, Gürtel, ERE, Púnica, Millet, ITV, Pujol (¿?), etc. Algunos políticos de renombre han pasado por prisión. Al veterano Zaplana le acaban de condenar. A Griñán (y a Chaves) le ha limpiado el expediente penitenciario un grupo de jueces amigos.
Y ahora nos vamos enterando día a día de los millonarios trapicheos de la trama del tal Koldo, el que fuera mano derecha del ex ministro y ex secretario de organización socialista José Luis Ábalos, el otrora amigo y compañero de fatigas políticas de Pedro Sánchez. El caso no ha hecho más que comenzar y como la justicia española es excesivamente ágil, todavía queda un largo trecho hasta que se certifiquen legalmente todas las fechorías ideadas y promovidas por esta tropa. En su día el presidente dijo que Koldo García era "uno de los gigantes de la militancia socialista". Ahora, seguramente, habrá cambiado de opinión.
Mientras los magistrados enchironan, o no, a los protagonistas del último caso de corrupción política a la española, la prensa nacional - siempre fiel a la ideología que mece la cuna - le dedica más o menos espacio, o ninguno, a este oscuro asunto. Llama poderosamente la atención como aquellos periodistas y tertulianos que más clamaban justicia por la Gürtel ahora miran hacia otro lado y atemperan ese solidario espíritu ciudadano con la trama Koldo (o Ábalos o El 1). La corrupción es corrupción, sea protagonizada por presuntas gentes de derechas, izquierdas, nacionalistas o independentistas de pura cepa.
La corrupción política es repugnante en todas sus versiones. Manipular dinero público para conseguir financiación irregular, prevaricar en su caso, ejercer cohecho sin pudor alguno, llenar de dinero la hucha propia a través de tráfico de influencia, siempre a costa del erario común, resulta repulsivo. Sin embargo, parece que a los españoles con vociferar en la barra del bar o lamentarnos en las comidas familiares nos basta para desahogar nuestro infortunio con la cantidad de quinquis de moqueta, salón y coche oficial que nos rodean.
La corrupción política se llevó por delante a Mariano Rajoy y a Pedro Sánchez se le empieza a poner cara de Rajoy. El gallego tenía inicialmente un gran aprecio por Bárcenas y a Sánchez le ocurre otro tanto con Ábalos, del que ahora no quiere saber nada, no sea que entre él, Koldo y su socio Aldama canten La Traviata en versión progre.
Me pregunta un amigo francés sobre el por qué de tanto bandido en la política española... Tengo la impresión de que las tradiciones cultural y social tienen algo que ver, aunque la responsabilidad se la asigno a la filosofía cesarista que impera en alguna que otra fuerza política. Tras el desaforado y extremista culto al líder y la habitual tendencia del militante a no meterse donde no le llaman para mantener caliente su silla se esconde la ausencia de garantías y filtros ante este tipo de desmanes. Los partidos políticos, me temo, están repletos de buscavidas y vividores, de aspirantes a millonarios que engañan a los afiliados bienintencionados por un puñado de billetes, por un trozo de poder o por una irreal gloria.