Yo maté al Grinch
En los últimos meses se habla mucho de la asistencia sanitaria, desde comentarios por la tardanza hasta el colapso habitual de cualquier tipo de servicio de urgencias. Si bien es cierto y como he comentado en otras ocasiones, no se debe exactamente a una falta de personal, como concepto general, sino a una falta de organización del sistema sanitario ya que sigue funcionando por inercia. Y esta inercia ha sido impulsada por muchos años sin modificar absolutamente nada en el engranaje.
Sin embargo, no es necesario que algo que funciona se mantenga permanentemente sin modificaciones. Cada persona tiene su propio concepto del sistema según lo ha tratado, dada la subjetividad de la opinión: algunos como usuarios contentos, otros resignados, algunos como trabajadores que no conocen más que un lugar y otros, con mayor amplitud de métodos diferentes. Y así, entre usuarios y empleados, todo queda en comentarios domésticos, sin mejoras; ni siquiera se permite la opinión.
Al final la mayoría de usuarios solo quieren ser atendidos de una u otra forma. Y la mayoría de trabajadores quieren asistir de la mejor forma posible, a sabiendas de que la bola de cristal sobre la evolución de cualquier consulta no existe. En ambos casos digo la mayoría porque no son todos. Y sí es cierto que ha aumentado la demanda sanitaria con impetuosa necesidad de pronta asistencia. Fruto de todo ello es la proliferación de seguros privados que te garantizan visitas inmediatas (lo sean o no) a cambio de una cuantía mensual.
Pero tan importante es que el ciudadano sea atendido por el personal sanitario como el hecho de que esa asistencia responda a una atención correcta. Disco de otra forma, debe producirse en tiempo y forma. Y para que esta atención sea correcta es necesario poder destinar un tiempo mínimo al paciente. El conflicto viene cuando desviamos la asistencia personal hacia las pruebas diagnósticas, el rebote sistemático del paciente entre profesionales, la sobreintervención, etc. Cuestiones que multiplican el gasto, aumentan riesgos y colapsan el sistema de forma que nadie acaba obteniendo la asistencia que realmente necesita.
Cabe destacar que la calidad asistencial no debe medirse en el contento o descontento del usuario, al menos como puntaje principal. Básicamente porque ese usuario no tiene conocimientos sanitarios para poder determinar si la asistenci es o no correcta. Además, quien tenga experiencia y conocimientos de gestión, sabe que las reclamaciones superan a los agradecimientos, porque estos no suelen escribirse.
Así que, si los cambios organizativos se planteasen como es debido, probablemente el primer paso sería la educación sanitaria al paciente sano, es decir, formación sanitaria básica. En este sentido, el currículum formativo de la ESO y FP contempla una asignatura de primeros auxilios, algo que se debería garantizar que se está impartiendo. Por desgracia, no es así, a pesar de ser altamente práctico y mejorar la experiencia del paciente y quienes le rodean.
Asegurar esta formación daría las notas necesarias para reducir el estrés del ciudadano ante un incidente, independientemente de la gravedad del mismo. De hecho, esos conocimientos básicos reducirían la carga asistencial de los servicios sanitarios en muy alta medida, porque a día de hoy implican una alta demanda de asistencia por motivos no urgentes. Esto implica un punto determinante para poder reorganizar los recursos de la forma más eficiente y enfocados a los pacientes que más necesidades tienen.
Por otro lado, la realidad paralela en la que se fundamentan las evaluaciones de los servicios sanitarios, hacen que la clase política (entre la que se incluyen a los directivos de los centros sanitarios) se aleje de la verdad de la calle. No se puede evaluar conforme a parámetros estándar a dos pacientes. Incluso padeciendo la misma patología, van a precisar diferente asistencia. Por ejemplo, no se pueden contar los tiempos asistenciales con minutos volátiles donde el paciente se atiende como si se despacha una pescadería.
Y en este momento podríamos empezar a evaluar las competencias profesionales, las mejora en la educación sanitaria y los formatos para calificar y acreditar la asistencia sanitaria, tales como la Joint Commission, las certificaciones AENOR y el mundo que hay detrás del modelo EFQM. Sin embargo, de esto hablaré la próxima semana.