El marketing detrás la IA
Muchas heridas quedan limpias después de correr. Muchos golpes duelen menos después de boxear. Muchas personas eligen sufrir para dejar de sufrir. Léelo de nuevo si lo necesitas.
Más que por los errores de la vida lo que nos engulle son los monstruos escondidos debajo de la alfombra. No nos mintamos, no estamos gordos por el yogurt que metemos en la merienda ni tenemos insomnio por tener el móvil en la mano hasta que nos acostamos. Estamos engullidos porque no tenemos claro quiénes somos en realidad.
En realidad, para saber quién eres lo más fácil que puedes hacer es ponerte a prueba, ¿a prueba de qué? A prueba de ti mismo, a prueba de tus estupideces diarias, de tus manías ridículas y tus obsesiones con la gente y con las cosas. Por eso la gente hace tanto deporte, la gente corre y la gente pelea en un ring, porque hay más monstruos debajo de la alfombra que quieren derrumbarte que simplemente una ilusión por correr bajo la lluvia.
De los aproximadamente cien problemas diarios a los que te tengas que enfrentar cada día, por lo menos ochenta te los podrías ahorrar de un plumazo si tomases hoy mismo la decisión de empezar a moverte en alguna dirección. El hecho de que esperes a que salga alguna solución por sí sola resulta bastante cuestionable por tu parte.
Por esto me gusta tanto lo que el deporte puede hacer por la psicología de la gente. Y por la mía también lógicamente. Sabemos que un día en la vida de una persona que viva ochenta años es apenas un porcentaje pequeño, lo que le convierte en un luchador es que al día siguiente se levantará igualmente para trabajar, para dar de comer a sus hijos o lo que sea. Un deportista hace lo mismo empujándose a correr un kilómetro más, golpeando un poco más al saco, en definitiva, no abandonando la idea de la única forma de llegar a ser un maestro en lo que hace es levantarse cada día con la mentalidad de no renunciar.
Yo soy de los que piensan que cuando las cosas vienen mal ya se recuperarán, unas veces porque yo puedo hacer algo por ellas y otras porque lo hacen solas sin que nadie mueva un músculo. El caso es que o hago algo por mejorarlas o dejo que algo las mejore, pero nunca en ningún caso me meto en la piel de una víctima. Si yo puedo pelear por mi comida no voy a dejar que los servicios sociales hagan mi trabajo solo porque yo me vista de perdedor. El día que pierda y ya no pueda levantarme sin ayuda, bienvenidos entonces esos servicios sociales.
Puede haber muchas otras formas de ganar, pero yo no las comparto para mí. No son mi estilo. Creo firmemente en el mensaje que miles de años atrás lanzaban espartanos, fenicios y romanos: Algún día morirás, y al repasar tu vida no querrás verte como el cobarde que rindió sus fuerzas, sino como el valiente que vivió a través de sus principios. Porque si en algo nos parecemos los seres humanos es en que hay comportamientos y maneras de pensar para ver la vida como un camino de combate y no un campo de muerte y miseria, como un regalo que habría que aprovechar más.
Como entrenador personal lo veo todo el tiempo. Veo a gente entrenar para que se vea por fuera la reparación que se han hecho ellos mismos por dentro, lo que me enorgullece. Una mañana te levantas y sabes que vas a pasarlo mal, que de nuevo te puedes hundir, solo que has probado a hacer algo distinto, vas a comprobar el por qué tantas filosofías acreditan el sufrimiento como la clave de su crecimiento espiritual y físico. Es algo incoherente y que funciona, ¿cómo diablos puede una persona hacerse más fuerte mientras siente que se rompe? Pregúntate esto también: ¿cómo puede ser que levantar pesas, que no es más que sufrir levantando peso una repetición tras otra, logre que la gente se sienta mejor consigo misma? ¿Cómo logra un nadador conciliar el sueño sabiendo que al día siguiente le espera otra tanda semejante o peor de largos en una piscina? La clave está en cómo ven ellos lo que hacen, en cómo se ven ellos a sí mismos, en que se permiten ponerse a prueba, en abrazarlo todo, lo bueno y lo malo.
Mañana cuando te despiertes piensa en que tienes la oportunidad de comenzar a sufrir para todo empiece a mejorar.