Por mucho que diga o haga Mazón mañana en el parlamento regional de la Comunidad Valenciana, nada puede ya salvarle. Aunque no lo sepa, forma parte con destacado papel protagonista del reparto de "Los otros", esa gran película de Amenábar en la que sus personajes, con Nicole Kidman a la cabeza, estaban muertos sin saberlo, empeñados en cerrar las cortinas para impedir que entrara la luz. Pero la luz, como la verdad, siempre acaba penetrando y algún día acabaremos conociendo todas las causas de esta tremenda tragedia.
Si las comidas de "trabajo" de cinco horas de duración con cargo al erario tendrían que estar prohibidas, cuando se celebran durante semejante amenaza meteorológica deberían además estar tipificadas en algún código. Y conllevar al menos la destitución inmediata del funcionario en cuestión. Pero Mazón y sus ineptas consejeras no son los únicos que merecen un severo reproche. Ahí, en ese comité de emergencias al que el presidente de la Generalitat llegó tarde y arrastrando los pies, estaba también el presidente de la Confederación Hidrográfica del Júcar. Y resulta que no recuerda haber comentado nada respecto al caudal del Poyo.
En noviembre de 2023, el susodicho, Miguel Polo Cebellán, daba una conferencia titulada "90 años del Plan Nacional de Obras Hidráulicas. Revisar el pasado para mirar al futuro", en la que explicaba que "la naturaleza no tiene ideología". Una gran verdad, de la que Polo deducía que devolver a los ríos sus cauces naturales no obedece a una ideología, sino que lo hace es "restar ideología a la gestión de los ríos". Y en esas estamos. Así que, restando ideología, lo mismo prohibimos los trasvases que tenemos que escuchar, en boca del presidente de una Confederación Hidrográfica, que en vez de hacer embalses lo mejor es explotar los acuíferos subterráneos, como decía en una entrevista en un diario de Teruel.
Si repasamos la nómina de los presidentes de confederaciones hidrográficas nombrados por los gobiernos de Pedro Sánchez, todos ellos con la ausente Teresa Ribera, dedicada full time a conseguir esa vicepresidencia europea para el bien de España y de sus agricultores, al frente del ministerio responsable, nos encontramos con que hay licenciados en Derecho, en Geografía e Historia, en Ciencias Químicas, en Ciencias Biológicas e incluso uno con un "máster en evaluación y corrección de impactos ambientales".
Evidentemente habrá que depurar las responsabilidades de quienes no estaban donde debían sino tratando de nombrar a dedo a la directora de una televisión pública regional, algo que debe hacerse por concurso según dice la ley, la de quienes estando al frente de la consejería responsable de la gestión de emergencias no sabían ni que se podían mandar mensajes a los móviles, la de quienes no enviaron al ejército ni declararon la emergencia nacional ante una catástrofe que ha movilizado a voluntarios de toda España, o el papelón de ese general de la UME que dice que tiene que pedir permiso para que el ejército español entre en una región de España.
Pero si la incompetencia o directamente la estupidez son reprochables, mucho más imperdonable es la de quien ha trufado un sistema de gestión de cuencas de pelotas y lameculos al servicio de una ideología pretendidamente ecologista para la que el bienestar de la arundo donax, esas cañas catalogadas como una de las especies exóticas invasoras más dañinas del mundo, tiene prioridad sobre la seguridad de quienes habitan en los pueblos ribereños. Al fin y al cabo, vienen a decir, no deberían estar ahí y ellos se lo han buscado.
A Pedro Sánchez, o más probablemente a alguno de esos genios de la comunicación que le asesoran por docenas a cuenta de nuestros impuestos, se le ocurrió una idea chulísima, que diría Yolanda, esa de pedir a los valencianos que a las ocho de la tarde se pongan a aplaudir un rato a todos los funcionarios públicos, una categoría en la que él también está incluido ya que, como señaló, "todos somos Estado". No parece que la cosa haya funcionado. Yo creo que ni a las siete ni a las ocho ni a nueve están los valencianos, con el fango hasta el corvejón y sin saber de qué van a vivir mañana, para aplaudir a nadie desde el balcón de una casa que se ha llevado la riada.
Soltó la chorrada, anunció un chorro de millones como ya hizo en la pandemia o en La Palma, y por supuesto nuevos impuestos para que los de siempre sigamos pagando la fiesta, y se fue a Bakú en su jet de propulsión a chorro. Todo un chorro, que dirían en Argentina. Y una vez en Azerbaiyán, donde no dijo ni una palabra de las limpiezas étnicas del gobierno azerí que tan amablemente acoge la cumbre del clima tras apiolar a miles de armenios contaminantes en Nagorno Karabaj, Sánchez le explicó al mundo que lo que mata es el cambio climático, pero que ya está él para impedirlo.
"Por eso estoy aquí. Porque, en este momento, solo hay una cosa tan importante como ayudar a las víctimas de esta terrible tragedia. Evitar que se produzca de nuevo. Evitar que los desastres naturales se repitan y multipliquen. España cumplirá. Se lo garantizo. Vamos a seguir transformándonos y en 2050 seremos una sociedad neutra en carbono". Sánchez lo fía todo a reducir las emisiones. Eso está muy bien y es muy loable. Pero no parece, a la vista de los hechos, que eso vaya a evitar nuevas riadas en Valencia, que por cierto están documentadas desde hace siglos, cuando la humanidad no conducía coches con motor diésel ni quemaba petróleo para generar electricidad.
Lo que no hará son obras hidráulicas, ni presas, ni limpiará ni drenará los cauces, ni permitirá los trasvases cuando en vez de lluvias torrenciales lo que tengamos sean sequías, como en los años pasados. La única emergencia de Pedro Sánchez es Pedro Sánchez. Es incapaz de gobernar ni de gestionar. No va a conseguir, por suerte para todos, aprobar esa reforma fiscal porque lo que quiere el PNV no lo quiere Sumar y lo que reclama Junts no lo acepta Esquerra. Y seguramente tampoco logre aprobar los presupuestos, pese a su chantaje con los valencianos como rehenes. Pero seguirá en su balcón de la Moncloa cantando "Resistiré" y recordando con nostalgia aquellos aplausos, cuando nos confinó saltándose la Constitución.