El miedo como fenómeno para ahuyentar curiosos

La tarántula vagó por calles de Tordesillas

Jesús López Garañeda
Domingo, 24, Noviembre, 2024
Cultura

Hasta no hace tantos años, aunque ya queden demasiado traseros y olvidados en la vida del pueblo, existía la creencia que en algunos lugares determinados de la localidad o cercanos a ella podía aparecer de improviso al descuidado un elemento, perturbador de su tranquilidad y sosiego, que ahora causa cuando menos cierta hilaridad; pero que en otros tiempos en que las calles carecían de la iluminación más elemental más producía canguelo que risas. Me refiero a las tarántulas, esos hombres disfrazados con una sábana que salían al encuentro de unos u otros para darles el correspondiente susto. Oír hablar de las tarántulas era poco menos que mencionar la bicha y la huida despavorida hasta encontrar el refugio seguro del domicilio, corriendo sin mirar atrás y sin hacer más que las preguntas justas de este hecho.

Tal sucedió en aquellos años en que la poca iluminación pública de calles y corros contribuía a ello. Historias de aparecidos, espectros, almas en pena y otras historias de abracadabra enervaban la imaginación hasta cotas insospechadas. Y si a esto se añadían las películas proyectadas en el cine de Ricardo, relacionadas con personajes inolvidables como Gastón Santos y su caballo rayo de plata, la llorona o el monstruo del pantano, el chupasangres de Drácula o los muertos cotidianos, no era de extrañar que muchas personas trataran de ir acompañadas hasta su casa, juntándose a vecinos o familiares para ello porque, como se sabe, el miedo es libre. De aquellos corros, de aquellos sitios en donde la vox populi hizo aparecer en alguna ocasión a las tarántulas trata hoy mi comentario.

 

Uno de los rincones del pueblo era el conocido corro de San Miguel, también llamado de las brujas, quizás más por las connotaciones dispares de relaciones vecinales que por los aquelarres que en él se llevaran a cabo. Pero como la imaginación es un diablillo que no descansa y levanta iras y quimeras en el viento haciendo un todo de la nada, la mención del "Corro las Brujas" dejaba al menos el poso de extrañeza en quien escuchara u oyera aquellos relatos fantásticos de unos años difíciles en que la subsistencia humana se contaba más con el ingenio que con otra cosa. Lo cierto es que cerca de este lugar existía el paseo del sol, popularmente conocido como "Paseo" y rebautizado en los años ochenta con el nombre de la culebra. Aparecía decrépito y desvencijado, sin una mala capa de asfalto, brea, grava o elemento consistente que evitara los barros en invierno y la polvareda en verano. Sin embargo buen sitio era para allí mismo asustar a quien pasara, aprovechando las matas de espinos que afloraban en toda la ladera. y que facilitaban el escondrijo o la huida en caso de necesidad, el rumorcillo del agua en la fuente de la Poza o los escasos ruidos nocturnos, sin olvidarme de las propias pisadas de quien transitara por el paraje. Todo este entorno contribuía para hacer más fácil cualquier aparición. Otro punto en el que se supo había hecho su presencia la tarántula fue la calleja del Corpus, exactamente una noche de carnaval de los años cuarenta. Y que a decir de dos de los mozos que c o n s i g u i e r o n quitar la sábana del enmascarado trasgo o aparecido traía una cara realmente fea, con unas narices de tente y no te menees. Uno dijo que por naturaleza y el otro que tal vez la llevara pintarrajeada. No diré su nombre por dejar que sea el recuerdo quien avive el hecho, pues es mejor que cada cual interprete las cosas como desee. Y un tercer lugar en donde dicen vieron a la tarántula fue en la calle de los Castillos hacia Mater Dei. La zona de los Castillos junto con la relatada del Corpus era la destinada al excusado de la época en donde más de uno aliviaba de su carga orgánica el peso de la misma, cuando aún el agua corriente era poco menos que un artículo de lujo; no en balde, pasar por allí de noche estaba prohibido no por normas ni ordenanzas municipales sino impuestas por las de la decencia y enlodamiento insano e insalubre de sandalias zapatos o zapatillas. Pues entre la col y col de los hierbajos siempre florecía más de una petaca, defecación o porquería. Y luego encima venían las chuflas y burlas zumbonas y zahirientes de "¡pájaro enguilao por no tener cuidao!". Pero a lo que vamos. Su sábana blanca espectral, batida al viento según iba corriendo como alma que lleva el diablo es el único vestigio de quien relató esta nueva aparición. Los comentarios por la tarántula y sus apariciones fueron múltiples y variados. Al día siguiente, ya se la había visto en el Colagón ya por la Parra, Santiago o detrás de San Pedro. Cualquier sitio se incluía en la nómina de sus andanzas asustando a los chicos, a los grandes, y no tanto a las mujeres por razones que acierto a adivinar. Cuando la luz del día iluminaba hasta los pensamientos y la tranquilidad se adueñaba del ánimo de unos y de otros, el comentario surgía en los establecimientos públicos de entonces que no eran tanto los bares, como sucede en la actualidad, sino las barberías, peluquerías, cantinas y otras reuniones más o menos públicas en las que cada cual aportaba su versión de los hechos, la mayoría de las veces recogida por oídas "como Bragado del Ayuntamiento". Quien más quien menos aportaba su experiencia a los hechos que se enjaretaban en la amena conversación de compadres o de comadres que de todo hay en la viña del Señor.

Tanta congoja y angustia se cernía por las calles que el alcalde de la época ordenó a la guardia municipal patrullar la vía pública y cantar las horas, costumbre perdida por razones obvias en la actualidad, que daría origen a la figura del sereno, aunque no por ello cejaron las intentonas de aparición de la tarántula en épocas determinadas y lugares puntuales. Aquel alcalde se llamaba Luis Ferrín y fue capaz de meter en cintura una tropa que ejercía las veces de agentes de la autoridad, pero que estaba poco habituada para dicha tarea, más propensa a esfuerzos contenidos que a trajines ágiles y presurosos.

Si aquello hubo calado hondo en las sencillas y buenas gentes de Tordesillas, no debe extrañar que cuando los sustos fueron refinándose como consecuencia de la evolución de los acontecimientos, más de una reprensión, riña y disgusto cayeron en quien no tenía culpa ni pena. Pero en fin, de esta forma cruel eran y suelen ser las cosas. Así que cuando a alguno le tocaba acercarse por esos andurriales a llevar o traer un mandado, si la noche estaba cernida, la cosa tenía poca gracia para el paseante forzoso, aunque siempre el encargo debía ser cumplido sin rechistar, corriendo sin mirar atrás, andando agudo silbando una canción para ahuyentar de la cabeza la posibilidad de encontrarte con el espectro a la vuelta de la esquina.

La madre que parió a la tarántula ¡qué susto me dio aquel día!

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