Todos a cantar
Hablas con una mujer que a los 18 años sufrió abusos de un médico el día que sólo iba al centro de salud a recoger un volante sanitario. El tipo fue condenado, sigue en activo y ella tiene miedo a volvérselo a encontrar. Lo ha visto por casualidad en un centro comercial -él ni la reconoció- y ella tiene miedo.
Escuchas a una mujer que lleva semanas encamada por las otras secuelas de la salvaje paliza que le dio su ex hace más de cuatro años. La dejó parapléjica y con terribles daños neurológicos. Él está preso, a la espera de saber si prospera su enésimo recurso, si en el Supremo admitirán su "inocencia". Ella está en silla de ruedas de por vida, con la vida reventada a hostias, con escaras y llagas que le obligan a estar tumbada y sin ver la luz del sol hasta que las heridas cierren. Está harta, agotada y sigue teniendo miedo.
Ves en la tele la dignidad de una mujer que fue drogada y violada por su marido y decenas de monstruos. Qué miedo no pasaría al ver las imágenes aberrantes de las agresiones que sufrió, al saber que era su propio marido -el mismo que le llevaba heladito a la cama para que durmiera bien- quien le echaba por las noches a los perros hambrientos y grababa el espanto para "pasárselo bien" después.
Te cuenta su historia una mujer que llega del juzgado rota, que ha tenido que gastar dinero y las pocas fuerzas que le quedaban en denunciar al animal que tenía por pareja. Y ahora tiene miedo y hasta siente lástima por lo que pueda pasarle a él si lo condenan.
Lees la historia de dos mujeres leonesas que sufrieron otras violencias más silenciosas, las que desgastan hasta que te deshacen, y que sintieron tal miedo que decidieron rendirse y acabar con su vida. Por la ventana, al andén. El miedo las pudo.
Le pides a tu amiga que te escriba al llegar a casa para saber si ha llegado bien, porque ya habéis tenido varios sustos "sin importancia" por la calle. A las 12 de la mañana, a las nueve de la noche, al salir de trabajar, al volver de cenar o de tomar unas copas. A cualquier hora miramos de reojillo si escuchamos pasos y no hay mucha gente por la calle. Da miedo volver sola.
Y una se pregunta hasta cuándo vamos a tener que seguir pasando miedo. Y por qué siempre nosotras, por ser mujeres, vivimos con la amenaza de las violencias físicas, verbales. Y por qué hay quienes siguen callando, quienes no miran porque no quieren ver.
Quizá por eso, por tanto miedo, da tanto gusto leer a veces sentencias que ponen a cada uno en su sitio, como esa de un juez palentino que desde la Audiencia Provincial de León ratifica la condena a un tipo que mercadea "informaciones" con un digital, un tipo que, fuera de sí, a gritos desaforados, insultó -y no era la primera vez- y amenazó de muerte a una periodista que no consintió que pretendiera lucrarse -como tantas veces se le ha consentido- a costa del trabajo de otros. El magistrado Chamorro da la razón a la jueza que ya en primera instancia lo consideró autor penalmente responsable de un delito de amenazas a la pena de un mes de multa y costas. Pero el condenado recurrió.
"Te mato, hija de puta, te mato", "Voy a ir a por ti", "Eres la vergüenza de la profesión", tuvo que escuchar ella, que no pudo dormir ni esa noche ni otras. Por eso da gusto leer que el juez recuerda al condenado que se le ha impuesto una pena "generosa, la mínima posible" y que su recurso de apelación no prospera, que la sentencia es firme, que amedrentar y amenazar a alguien -¿por ser mujer?- no puede salir gratis.
Cuando el recurrente alega que "las expresiones proferidas no tienen relevancia penal por no resultar intimidantes", el juez le recuerda al condenado que "sí son susceptibles de atemorizar, no sólo a la denunciante sino a cualquier persona, pues son perfectamente aptas para privar de tranquilidad y sosiego".
Y este párrafo del magistrado es para enmarcarlo: "En una sociedad violenta como la que vivimos no es infrecuente que los medios de comunicación nos enteran de sucesos graves y violentos (asesiantos, homicidios, agresiones, etc.), no puede tomarse a la ligera expresión como la proferida por el recurrente donde, quien las emite (conscientemente), no parece que tenga un propósito de lisonja".
Las violencias -cualquiera de ellas- no son un asunto privado. No deberíamos consentirlas ni callar cuando sabemos. "Nada dijiste, cómplice fuiste", rezaba este lunes la pancarta de una paisanina en la manifestación por el 25N. "Somos la rabia", decía otra. La rabia de tener que vivir con tanto miedo.