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Una obra de teatro es una partitura y es el público el que está obligado a interpretarla. En eso consiste en sustancia su embrujo. Un teatro sin público no tendría ningún sentido. Esta noche en el Teatro Calderón convertido por momentos en un hospital de campaña por las insufribles toses de todos los colores que hacen imposible disfrutar de lo que pasa en las tablas, hay una actriz, Lolita Flores que derrocha un magnetismo, un misterio y una fascinación que quita el hipo.
Aparece Lolita Flores sobre el escenario y es Poncia. La Poncia de Federico García Lorca. La criada de la Casa de Bernarda Alba. Aparece LF y no puedes hacer otra cosa que contener la respiración. Su manera de moverse por las tablas del Teatro Calderón provoca una especie de conmoción en el público que la mira embelesado. ¿Pero es esta la Lolita que conocemos? ¿O esta es otra?
Su manera de hablar llega a todos los rincones del teatro. Mientras las toses se recrudecen en el patio de butacas, hay gente que va al teatro que más le valdría mejor acudir a urgencias y guardar cama por el bien del teatro en general y de los sufridos espectadores en particular. Se mueve y habla Lolita Flores como si caminara entre cristales rotos, al borde muchas veces del colapso, de la cordura lorquiana que rompe todos los espejos.
La presencia, la voz, el espacio escénico de Mónica Boromello, la iluminación de Paco Ariza, la estupenda música de Luis Miguel Cobo que me encantó, el vestuario de Almudena Rodríguez Huertas y Luis Luque en la sala de máquinas tiene protagonismo en Poncia.
Respira Lolita, respira Poncia como si estuviera a tu lado. Y te arrastra por todos los personajes lorquianos dejando un regusto de teatro bueno, de teatro proteico. Hubo un momento, bueno, hubo muchos, pero este que les digo es cuando se produjo de repente en el escenario un silencio sonoro y Poncia/Lolita Flores mira fijamente al respetable y desaparece la máscara y en ese preciso momento cuando se tiene la sensación de que estamos ante la presencia de una actriz de muchos quilates que está haciendo inmensamente feliz al público.
Ella está feliz haciendo este personaje y da testimonio de ello en cada minuto que está en el escenario. La realidad y la ficción se mezclan, se fusionan, se complica para que cada uno saque sus propias conclusiones. Poncia empieza con un silencio y termina con otro, como le gustaba a Federico.